viernes, 10 de mayo de 2024

       * 24/06.  GOZÓN DE UCIEZA (Palencia). Recuerdos y añoranzas.

Los mozos del pueblo.                                                                                          Aquellos tiempos. …

Según mis recuerdos de hoy en día y a fecha de abril del 2017, cuando yo tenía entre 8/10 años, habría unos 35/40 mozos. Éstos, hacían su cuadrilla en función de las edades de cada uno, y oscilaban entre los 16 a 30 años de edad. En aquellas fechas, la gente se casaba joven (entre los 20/24 años), por lo que quien seguía sin casar cerca de los 30 años, se le consideraba ya,  soltera o soltero de por vida. (No siempre cierto, claro) Las mujeres tenían un sambenito: Se decía: te vas a quedar para vestir santos.

El trabajo en el campo. Decir, que el trabajo duro del campo era para los hombres. Eran tiempos en los que aún se sembraba solo la mitad de la heredad de cada uno. Así y todo, había que arar las tierras dos veces: alzar y vinar. Aparte, se tenía que arar y cavar la viña. Y luego arar alguna que otra tierra de adviento.

Digamos que el trabajo de las mujeres en el campo, no empezaba hasta la primavera y finalizaba con el verano. Lo que no quiere decir que lo que realizaban en el campo, fuera  de menor mérito; ya, que a su labor en el campo, había que añadir el trabajo que previamente o después, debían hacer en la casa. 

El resto, alzar, trillar las tierras antes de sembrarlas, tirar el mineral, los cereales y leguminosas y en primavera tirar el nitrato a “mano” y binar, siempre estaba reservado para el hombre. Aparte, el cuidado de todo tipo de animales o no de trabajo, eran de la misma incumbencia. En primavera, se tenía que ir a segar algo de alfalfa o esparceta, para dar de comer a los animales: mulas, vacas, cerdos, conejos. …

Y ya luego, cuando en primavera llegaba el trabajo de  escardar, si había en casa mano de obra libre masculina, también le tocaba acompañar a las féminas. O sea, que había más mujeres que hombres. En casa, éramos 7 mujeres y 4 hombres. Pero al contrario de ellas, disfrutábamos de una serie ventajas que a mi modo de ver, nos hacían más llevaderas las faenas del campo. Ellas, festivos o no, (o sea todos los días del año), tenían obligaciones. Por el contrario, nosotros, los días festivos y una parte del invierno las obligaciones eran muchas menos y más llevaderas.

Claro, que también era cuestión de mentalidades, como todo en la vida. Y luego, lo más importante que teníamos por el simple hecho de ser varones, es que teníamos una libertad de acción muy grande. A pesar de las diferencias existentes entre ambos sexos, ninguna de las partes cuestionaba el trabajo que cada uno hacía en la casa. Las cosas eran como eran y, así había que aceptarlas. Sin más.

En aquellos tiempos tan moralistas y dogmáticos que nos tocó vivir, el varón tenía todas las de ganar en ése aspecto. Así lo mamamos de niños, así nos criaron, así nos educaron y en función de ello nos comportábamos.

De todas maneras, ahora y siempre, la educación manda. Simplemente. Para bien o para mal. Y así eran las cosas en aquellos tiempos.

Nosotros, los hombres, jóvenes o no, no habíamos establecido una sola de aquellas costumbres. Es más, a partir de nuestra generación, la situación a favor de las mujeres cambió mucho más deprisa, y las diferencias empezaron a notarse en el día a día.

Los bailes de los pueblos. Recuerdo que cuando yo tenía entre 17/20 años, las mujeres no pagaban la entrada a las mismas. Era solo el varón el que debía pagar para entrar. Así mismo, estaba establecido que la mujer no podía pedir baile a un chico. Éramos los hombres, los que pedíamos baile a las chicas, y lógicamente nos dirigíamos a aquellas que mejor nos caían o más nos gustaban.

El papel de la mujer, era esperar con toda la paciencia del mundo a que algún chico que las gustara, fuera a pedirla que bailara con él. Luego, el resto, ya dependía y mucho del interés que ella tuviera y pusiera en juego.

Ahora bien, las mozas “tenían” (sic) la obligación de bailar con todos los chicos que fueran a sacarlas a bailar. Cosa que no siempre se cumplía y en ése caso, el chico podía (pretender) echarla de la sala de baile. Nunca lo presencié. Ya no eran los tiempos tan duros que alguna persona mayor nos comentaba. Simplemente, las cosas por su curso natural, van adecuando las circunstancias al curso de los tiempos.

Las salas de fiesta en general. Una vez éste tipo de salas sustituyó a los “bailes” de los pueblos,  las chicas, sí que pagaban su entrada, y te podían dar calabazas libremente cuando las solicitabas un baile. Y es que las cosas, habían empezado a evolucionar. Ya lo creo¡¡

Y estamos hablando de ambas situaciones en las mismas fechas. Las diferencias existentes entre los “bailes” y las salas de fiestas.

Otra cosa que nos diferenciaba de ellas, era que los varones, al menos en mi casa, nuestra madre, nos entregaba los domingos o días de festivo y después de la comida, una cantidad de dinero. Pero la de los domingos nos servía aparte de como propina, como paga semanal.

Una nota curiosa; decir que nuestra madre, (que era la que nos daba el dinero), tenía establecida una norma de su propia cosecha. Si no nos veía ir a misa los días festivos, nos podíamos quedar ése día sin la propina, o paga como yo la llamaba. Bueno, ya saben que los españoles somos muy creativos. Quien hizo la ley. … aunque la mayoría sí que íbamos a misa. Aunque todo en la vida tiene su explicación. Después de la santa misa, y en el atrio de la iglesia, nos juntábamos los chicos, y charlando, nos íbamos acercando al bar a tomar un piscolabis o echar una partida, hasta la hora de ir a comer.

Hasta hoy en día, ésa costumbre se mantiene aunque algo diferente. Tanto los hombres como las mujeres, al salir de la iglesia, se quedan un tiempo hablando entre ellos. Es el momento de relacionarse, y ver a algún vecino desde el domingo anterior… Y luego tanto hombres como mujeres, acercarse a tomar un piscolabis al teleclub.         

Los hombres, durante los meses que duraba el invierno, teníamos bastantes ratos del día libres por lo riguroso que eran entonces.

No se podía ir a trabajar al campo, y era la época de menor actividad de todo el año. Pero los animales de todo tipo que había en la casa, seguían necesitando la atención diaria. Comida varias veces, darles de beber, limpiar los animales y la cuadra, echarlas paja limpia… en fin, todo lo necesario que había de hacerse diariamente con trabajo o no en el campo, pero con más pausa y tranquilidad.

El invierno, era también el tiempo que había que aprovechar para cavar a pala los “carcabitos” (pequeños cauces de agua), que desaguaban en los arroyos y que eran básicos en aquellos inviernos tan pasados por agua y las nieves, y que había que mantenerlos abiertos todo el año.

Aparte, había que mantener los desagües de ciertas tierras por su desnivel y también, hacer cañados de canto grande a algunas tierras para que no se anegaran de agua o se crearan  frieras y los frutos sembrados no menguaran por la humedad continua.    

Los mercados zonales. Todos los martes del año había - y sigue habiendo - un gran mercado en Saldaña, 14k. Así que en invierno, solíamos ir con el carro lleno de sacos de cebada o avena a tratar de venderlo en el mercado de cereal; este estaba situado en la plaza de la iglesia;  también existía el mercado de legumbre, patata, etc. que estaba situado en la plaza vieja.

Al llegar allí, aparcábamos los carros en la plaza de la Iglesia, y poníamos en el suelo un saco de la mercancía que ofrecíamos y esperábamos a que alguien se acercara a ver como era el grano y saber el precio, y sino, nos movíamos entre las personas que sabíamos compraban. Unos, eran ganaderos que lo compraban para sus ganados: vacas de labor, vacas de leche, jatos, ovejas, cerdos, etc. otros, eran compradores por cuenta propia o de terceros y hacían acopio de cantidades importantes para su posterior venta.

El trigo por contra, había de entregarse al servicio nacional de cereales, organismo oficial y que marcaba el precio del mismo.

Aparte de días especiales como éste (para nosotros ir al mercado era fiesta), por las mañanas aparte de levantarnos algo mas tarde, cuidar del ganado y cuatro cosas más, o nos íbamos a la solana a charlar un rato, o si estaba muy nevado, nos íbamos al campo a dar una batida por si aparecía alguna banda de perdices, que sino habían emigrado, tenían un buen peso.

Por experiencia, sabíamos que estas aves, solo dan tres vuelos; el primero es el más largo, el segundo bastante más corto y el último, sino la perdíamos de vista, a la vez que corríamos detrás de ella, por lo que al dejar ya de volar, y echar a correr, la nieve la dificultaba mucho su carrera. Así que alguna que otra atrapábamos.

El casino. Cuando era mozo, disfrutábamos de “un casino”. Este famoso  casino, era una casa deshabitada de nuestra familia. Por la mañana, me encargaba de enrojar la gloria con paja trillada, para que cogiera calor para la tarde. Después de la comida, nos acercábamos la mayor parte de los chicos, a pasar la tarde de la mejor manera posible.

Al no disponer “el casino” de  luz eléctrica y teniendo en cuenta que era invierno y oscurecía pronto, disponíamos de varios “candiles”. Ya saben que estos antiguos artilugios, funcionan con aceite y una mecha de algodón inmersa en el mismo; así que los colgábamos de las vigas del techo, y con su luz, alargábamos el tiempo a nuestra conveniencia en el mismo.

Algunos días, si se daba la ocasión, preparábamos alguna merienda. Un día, era algún pescado en escabeche, bien de chicharro, bonito, etc. lo condimentábamos con cebolla, una pizca de pimentón picante, aceite de oliva, sal, vinagre y aceitunas, acompañado de pan y un poco de vino tinto. Una delicia. Otras veces, y si se terciaba, pues guisábamos en una cazuela de barro, algún gayo (pollo de corral) o alguna gallina, que se despistaban por el pueblo. Y así, con alguna que otra ocurrencia que se nos venía a la cabeza, era mucho más llevadero el duro y largo invierno castellano.

A veces y durante algunos días, empacábamos paja de tardío en sacas para luego cargarlas en algún camión destino a Cantabria o Asturias, para las vacas. Eran encargos de alguna persona que se dedicaba a ello y sacábamos algo de pasta para nuestros gastos extras.   

Había inviernos que no se podía hacer nada en el campo - a veces - durante meses. Eran unos inviernos duros, muy duros.

Llovía bastante; caían varias y muy buenas nevadas; en ocasiones y durante varios días, caían por las noches unas heladas de hasta – 15/18º c, y se juntaban la de un día con otra; ello hacía que hasta las tierras de labrantío se helaran por lo que no era posible salir al campo a realizar labor alguna.

Al no haberse realizado aún la concentración parcelaria, las tierras no estaban niveladas por lo que se encharcaban bastante. Aparte, había bastantes “frieras” por el ancho campo de nuestra tierra.

En nuestra casa, por ejemplo, había una bicicleta. Mi padre, era el herrero del pueblo y tenía clientes por los pueblos de los alrededores y a veces aprovechaba las tardes de los festivos para visitar a alguno de ellos y si algún domingo o festivo no la utilizaba, la llevábamos alguno de los tres hermanos. Ése día, solíamos irnos a algún pueblo más lejano del que normalmente solíamos ir al baile, que era Bahillo.

Esos días, solíamos acercarnos a Saldaña (14K), Villamoronta (11K), Villaturde (15K), Carrión de los Condes (16K). …

Sobre el tema de la bicicleta, voy a contar un detalle. En casa, éramos tres chicos, del que yo el menor; así que cuando me enteraba que mi padre no iba a utilizar algún día festivo la bicicleta, pues me las arreglaba para esconderla entre la paja del pajar, y que mis hermanos al no verla, pensaran que la tenía nuestro padre. Pero lo cierto, es que a mi madre yo no la decía que la había escondido, ella siempre lo sabía. No sé como se las arreglaba la amiga, pero así era. Y nunca decía nada. Las madres…

El invierno, era para mí, el tiempo propicio para la lectura. Yo, tenía media docena de novelas usadas del oeste americano, que cuando las acababa, tenía que ir a cambiarlas a Saldaña, a 14K, o a Carrión de los Condes, a 16km; aquí, era donde más me gustaba ir; tenía más para elegir y mucho mejor conservadas que en Saldaña.

Las novelas, solían ser de Marcial Lafuente Estefanía, Michel Caine, etc. Aparte, leía todo lo que caía en mis manos. Les recuerdo, que las carreteras, seguían siendo de canto de río partido y rellenado de tierra. Una verdadera delicia de piso.

Cada vez que salíamos de viaje con la bici,  llevábamos siempre de repuesto una cámara de rueda, una bomba, una llave para desmontar la rueda, dos desmontadores para la cubierta,  parches y pegamento, por si había alguna  sorpresa por el camino, cosa bastante frecuente.

En el pueblo existía una pequeña cantina, a la que en invierno no solíamos acudir mucho a ella, pues no solía enrojar y se pasaba bastante frío, así  que  algún que otro sábado por la tarde, algunos jóvenes nos acercábamos al pueblo de Bahillo, 1,5k, bien para cortarnos el pelo, bien para tomar un piscolabis o para echar una partida de tute o mus, en alguno de los cuatro bares o cantinas que allí existían. Menos mal, que el resto de la semana teníamos “el casino”. …

El pueblo de Bahillo, en aquellos tiempos era algo así como la pequeña capital de varios pueblos de alrededor, pero más pequeños. Disponía de cuatro bares, salón de baile, dos carnicerías, dos panaderías, un barbero, médico de cabecera, un cuartel de la Guardia Civil y una pequeña fábrica de gaseosas, llamada “Fuenteclara”. Ellos mismos repartían semanalmente sus gaseosas por los pueblos cercanos y si se agotaban antes, nos acercábamos a por ellas con la bicicleta. Venían en cajas de madera de 6 unidades y parecía que todo estaba hecho a medida para el portaequipajes trasero de la bicicleta. Ir a Bahillo para nosotros, siempre era un motivo de satisfacción. Era salir de la rutina.

  Bahillo, era al pueblo que de forma regular nos acercábamos la mayor parte de los días festivos al baile por la tarde. Aparte de ello y cuando los mozos disponíamos de algún dinero extra, nos íbamos un par de horas antes, y merendábamos algo en casa del Grillo (Antonino) que era el mote de uno de los dueños de una de las cantinas. La merienda se componía regularmente, de algún pescado en escabeche, aliñado con unas aceitunas con hueso, un poco de pimentón, cebolla, y tomate; otros días se componía de alguna sardina arenque, y otros, algo que nos preparaba su señora. ¡Y  era la leche! Las cuatro cantinas/bares, eran a su vez tiendas de ultramarinos. Vendían de casi todo. Y los días de diario, sus dueños salían con sus carros de varas a vender  su mercancía por los pueblos de alrededor.

 

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